EUROPA
PRESS
15 mayo
2024
Pon
en práctica estas dos herramientas para vencer a tu hambre emocional
Todos comemos en algún momento de
manera emocional. No porque tengamos ese hambre fisiológico, sino porque a
través de la comida queremos solventar una emoción que nos inquieta. ¿Cuántas
veces al niño que se cae luego le damos una galleta para que se consuele?¿Te acuerdas de la película de Bridget Jones que se comía
la tarrina de helado tras cortar con su novio?
Esto es lo que nos cuenta en una entrevista con Europa Press Infosalus Ana Morales,
psicóloga experta en nutrición emocional, y que acaba de publicar ‘¡Qué
buena estoy! Tira las dietas a la basura y vive con salud emocional’ (La
Esfera de los libros), un manual en el que aporta las principales claves, que
aquí desgranamos, sobre cómo distinguir, en primer lugar, ese hambre emocional,
para posteriormente gestionarlo cuando sea necesario.
Por que, eso sí, esta experta advierte de que no siempre ese
comer emocional es malo. Pero para entenderlo, primero nos describe que éste se
produce cuando no sabemos cómo gestionar nuestras emociones y acudimos a la
comida para hacerlo: “Si estás enfadada, comes; si estás triste, comes;
si estas estresada o te aburres, comes. Al final no sabemos gestionar nuestras
emociones, el cómo nos sentimos, y recurrimos a la comida”.
No obstante, lamenta Ana Morales que “pasamos en
algunos casos a demonizar el comer emocional”, cuando es algo que nos
acompaña desde que nacemos, recordando que por ejemplo cuando somos bebés lo primero
que hacemos con ellos al nacer es colocárnoslos al pecho, o bien si lloran o no
se encuentran bien nos los colocamos al pecho.
“Comer por emociones no está mal, salvo…”
“Comer por emociones viene en nuestro ADN
prácticamente y socialmente está muy aceptado. Recurrir a la comida está dentro
de nuestra sociedad y lo tentemos súper asumido. Y comer por emociones no está
mal. Sí se vuelve complicado cuando es la única alternativa que tenemos para
sentirnos bien. Si hoy he tenido una discusión con mi jefa y a la salida me he
comido un donut no pasa nada; pero, si siempre que discuto con ella no tengo
otra manera de que se me pase el enfado ahí radica el problema”,
advierte.
Con ello, destaca esta psicóloga que hay una serie de
características que diferencian el hambre real, o fisiológico, del hambre
emocional: “Si este hambre aparece de una forma imprevista, con una
urgencia que o comes o te mueres en el acto, es hambre emocional. El hambre fisiológico empieza poco a poco, y se va incrementando. En
cambio, el hambre emocional llega y tienes que satisfacerlo ya”.
Además, dice que en función del tipo de hambre que tengamos
nos apetecerán unos tipos de alimentos más que otros. Cuando se trata de un
comer fisiológico dice que lo que necesitamos es ingerir, y si sólo hay
apetecerán unos tipos de alimentos más que otros. Cuando se trata de un comer
fisiológico dice que lo que necesitamos es ingerir, y si sólo hay cocido, por
poner un ejemplo, nos lo comemos. Ahora bien, en el caso del hambre emocional
sí subraya que tenemos antojo de determinados alimentos. “Nadie con este
hambre se le antoja comerse un brócoli. Normalmente quieres hamburguesa,
patatas fritas, alimentos como hidratos de carbono y grasas”, sostiene.
A su vez, resalta que el hambre fisiológico podemos
demorarlo, no necesitamos satisfacerlo de inmediato; mientras que en el hambre
emocional es como si todos nuestros rádares se pusieran en movimiento y
tuviéramos que satisfacerlo en el momento.
“En el hambre fisiológico comes con control, salvo si
tienes mucha hambre; en el emocional comes con descontrol, se pierde la
conexión con el alimento y es como si engulleras”, añade.
Con el hambre físico dejas de comer cuando estás lleno,
mientras que con el hambre emocional es como si tuvieras un gran agujero negro
y por mucho que tú comas nunca dejas de estar satisfecha; y esto con serias
consecuencias porque puedes tener una distensión del estómago, llegar a
vomitar, sentirte realmente mal por todo lo que has comido. “La comida
aquí tiene la función de calmar esa emoción y al final éstas no se calman con
comida, aunque lo parezca. Normalmente cuando tienes hambre fisiológico, cuando
acabas de comer te sientes bien, no con culpa, como sí sucede con el hambre
emocional, que también puedes sentir vergüenza cuando terminas de comer”,
agrega.
Herramienta 1: el diario emocional
Con ello, esta psicóloga plantea la puesta en marcha de un
‘diario emocional’ para afrontar y aprender a gestionar este hambre emocional. Argumenta Ana Morales que primero se
deben analizar cuáles son las emociones que a cada uno nos llevan a comer,
porque esto depende de cada persona.
“Es decir, lo que te induce a comer a ti no tiene por
qué ser lo que le induce a comer a otra persona. Hay personas a las que se les
abre el estómago cuando tienen un disgusto, mientras que a otros no, y se les
cierra, por ejemplo. Por ello, hay que identificar las emociones que nos llevan
a comer”, apunta.
Llevar un diario de emociones consiste, por tanto, en
analizar cuándo comemos y qué emoción estamos sintiendo en ese momento, y ver
si comemos porque tenemos hambre, o si comemos emocionalmente, y con qué
emoción nos pasa esto. “Analizar qué tipo de alimento tomamos, para saber
si es dulce, o salado; y cómo nos sentimos, si sentimos esa vergüenza o culpa”,
agrega Morales.
Una vez detectadas esas emociones, el segundo paso debe ser
el elaborar lo que ella llama un ‘kit de emergencias’, para saber
que hacer si, por ejemplo, estoy triste, y como alternativa a la comida.
“Llamar a mi amiga determinada porque me da alegría; ver videos de gatos
o de bebés porque me encanta, o bien una serie que me hace gracia; buscar
aquello que nos puede cambiar el ánimo con una lista de cosas que son
placenteras. Elaborar esa lista”, subraya.
Eso sí, esta psicóloga incide en que hay momentos en los que
no pasa nada que por estar tristes y que nos comamos una palmera de chocolate;
ahora bien, sí resalta que la cuestión es que se cuenten con más alternativas
que no sea sólo comer la palmera de chocolate.
“Por tanto, es importante ser consciente de nuestras
emociones, saber cómo las sentimos en nuestro cuerpo. No todo el mundo siente
las emociones de la misma forma. Cuando estoy enfadada hay personas, además, a
las se le pone un nudo en el estómago, mientras que, por ejemplo, otros aprietan
las mandíbulas, o bien se ponen rojos y gritan”, sostiene Ana Morales.
Herramienta 2: mindful eating
Tal y como explica, el mindful eating también nos puede ser útil en estos casos, una
herramienta para comer de manera consciente. “Si somos conscientes de lo
que nos sucede, también somos de cómo lo comemos.
Si estoy enfadada, soy consciente de ello, y soy consciente
de que cuando estoy enfadada como de forma descontrolada, el mindful eating me devuelve al
aquí y al ahora, a no engullir el plato. ¿Cómo me como yo esta pizza, con
control o descontrol, la disfruto? Masticar, sentir cómo se estira el queso, la
explosión de sabores dentro de la boca, cómo ese trozo de pizza llega al
estómago”, detalla esta especialista.
Y es que, tal y como denuncia en el libro también, la
obesidad surge en muchos casos tras este hambre emocional, una obesidad que no
es fisiológica sino exógena, y que a día de hoy no se considera un trastorno de
alimentación, aunque asegura que sí que comparte una base con este tipo de
enfermedades: “El problema de todos estos trastornos va de todo manos de
la comida”.
Con ello, lamenta Morales que la comida en muchas ocasiones
es “sólo un medio para subsanar o para calmar la infelicidad que
tenemos”. En realidad, defiende que cuando nosotros comemos de estar
forma emocional estamos comiendo porque hay algo que nos duele, que nos
molesta, que no queremos mirar, y esto es lo que nos lleva a comer, y es como
si esa cosa interna que nos duele la desplazáramos hacia algo externo, que es la
comida, y por esto destaca que las dietas no funcionan, son como un
“parche”.
“Con la obesidad o con los trastornos de alimentación
pasa algo parecido. El peso es como la fiebre, es el síntoma, y nos empeñamos
en hacer dietas, que durante un tiempo nos hacen efecto pero que en cuanto
dejamos de seguir la dieta el peso vuelve a aparecer porque nos centramos en el
síntoma, cuando tenemos que buscar el origen de ese peso, que está dentro de
nosotros. Cada uno debe buscar lo que a cada uno le hace engordar, la raíz de
lo que a ti te lleva a comer. A veces son estas emociones no resueltas”,
concluye.